Cómo enfrentarte a la ansiedad

Esta entrada nos va a ayudar a pensar racionalmente cuando nos encontremos ante una situación de ansiedad. Nos dará estrategias para evitar los pensamientos negativos e impedirá que alcancemos niveles más altos de este estado emocional. Quiero, en cuatro puntos, mostrar una estrategia a utilizar cuando nos encontremos ante estímulos ansiógenos y, para practicar, tras leer los cuatros pasos será necesario buscar una situación concreta sobre la que aplicar esta técnica y, como ésta es una web visitada por estudiantes, una situación ideal sería la época de exámenes.

Paso 1

Lo primero será pensar en lo peor que podría pasar en esa situación. Normalmente cuesta mucho dar este paso ya que no estamos acostumbrados a pensar realmente en lo peor, sino en consecuencias negativas controladas. No nos ponemos en lo peor de la situación porque eso nos da muchísimo más miedo. En cambio imaginamos algo malo pero relativamente controlado por nosotros que no es lo que realmente nos está provocando esa sensación de malestar. Un ejemplo sería “Lo peor que me puede pasar es que suspenda esta asignatura, que tenga que repetirla una y otra vez y que, tras examinarme seis veces no sea capaz de aprobarla y me echen de la carrera”.

Paso 2

El segundo paso consiste en mantener la duda contemplando otras posibilidades que puedan ocurrir en esta situación. Es importante barajar otras alternativas que pueden suceder y que jamás nos habíamos planteado, así que hay que preguntarse ¿Qué otras cosas pueden pasar? Se trata de mantener la duda y considerar otras posibilidades sin darle más credibilidad a unas que a otras, aceptando todas como posibles. Normalmente nos centramos en lo peor o en que no ocurra, evitando las posibilidades que nos ofrece la vida real. Dejamos de lado otras opciones como son las positivas, que también suelen darse. Tenemos que habituarnos a ampliar las opciones que puedan ocurrir en esa situación. De esta manera dejaremos de focalizar la atención en una o dos opciones pasando a considerar todas las opciones que seamos capaces de imaginar.

Los siguientes ejemplos se adaptarían a la situación de la que partimos:

-Puede que suspenda la asignatura pero seguramente la apruebe en septiembre.

-Puede que jamás llegue a aprobarla y que tenga que dejar la carrera.

-Puede que apruebe la asignatura con un cinco y que ya no tenga que saber más de ella.

-Puede que apruebe con muy buena nota la asignatura y que suba mi media de expediente.

-Puede que me quede en el límite pero que con la práctica que he hecho llegue al cinco y así me tenga que olvidar.

Es importante incluir alternativas positivas, negativas y neutras y cuanta más cantidad mejor. No pasa nada si incluímos alternativas disparatadas. Para habituarnos a mantener la duda es mejor considerar muchas opciones y, sobre todo, añadir a nuestras opciones de pensamiento una escala de grises que normalmente no tenemos en cuenta.

Paso 3

Tras crear una lista con todas las posibles opciones necesitaremos elegir la más probable siguiendo la lógica y la razón. Por lo tanto habría que preguntarse: ¿Desde un punto racional qué opción es la que con más probabilidad se dará? Así pues, una opción, siguiendo estos pasos, sería la siguiente: “Puede ser que me cueste, porque es una asignatura difícil, pero si me esfuerzo y me pongo a ello seré capaz de sacarla. Con mejor o con peor nota, pero lo más probable es que sea capaz de tener, como mínimo, un aprobado. Además he hecho la prueba de evaluación continua y eso sumará unas décimas a mi nota”.

Paso 4

Por último está el paso más importante y difícil, que consiste en aceptar y desafiar lo que más tememos. Esta parte del ejercicio conlleva aceptar la posibilidad, aunque sea algo muy improbable, de que las consecuencias más temibles se puedan producir, pero no desde un punto de vista de “soy incapaz de solucionarlo”, sino desde un rol de persona que es capaz de afrontarlo, que tiene las herramientas para encontrar una solución. Por ejemplo sería decirnos a nosotros mismos “En el caso de que curse esta asignatura una y otra vez, llegue a la última convocatoria y la suspenda, echándome de la carrera tendré que afrontarlo. Mi vida no se acaba en esta carrera y en esta asignatura, porque en el caso de que la suspenda tendré otras opciones”.

Como veis este método nos ayuda a modificar nuestros pensamientos, dejando atrás las distorsiones cognitivas como son el pensamiento dicotómico o la adivinación del futuro y anticipación de los acontecimientos catastrofistas.

Blanca de Lamo Guerras Psicóloga, Sexóloga y Terapeuta de Pareja

La 7 actitudes más valoradas en una entrevista de trabajo

 

entrevista trabajo

 

Aunque las capacidades y aptitudes siguen siendo de vital importancia a la hora de juzgar a los candidatos y seleccionar a aquellos que cumplen los mínimos de formación y experiencia, es en las aptitudes de trabajo donde realmente se encuentra el factor determinante para ganar un puesto en la organización deseada. Personas con un currículo apropiado para el puesto pueden ser mucho menos productivas de lo esperado si su ajuste emocional y su estilo de trabajo no se adaptan al contexto profesional.

Los reclutadores de Recursos Humanos saben esto, y tienden a conceder gran importancia a la actitud que muestran los aspirantes a un puesto. Así, mostrar un repertorio de actitudes impropio de un trabajador de empresa puede significar quedar relegado a un segundo o tercer puesto del podio de mejores candidatos, o incluso puede significar la exclusión del proceso en ausencia de una candidatura major.

A pesar de que parte de las actitudes valoradas dependen del puesto de trabajo, hay algunas que son comunes a todos los casos en los que se opta a tener cierto margen de decisión. Estas siete actitudes son:

1. Asertividad

Se trata de la capacidad para comunicar aspectos importantes, ya sean positivos o negativos, con firmeza pero sin resultar ofensivos. Alguien asertivo nunca se guarda información relevante por miedo a herir a su interlocutor.

Resultar poco asertivo puede tener como consecuencia que se vayan acumulando los problemas sin que los superiores sepan de su existencia, y por lo tanto se menoscaba la productividad. En una entrevista de trabajo, una buena manera de demostrar asertividad es hablar sin ambages acerca de las expectativas profesionales y lo que se espera encontrar en esa organización en cuestión.

2. Curiosidad

La curiosidad se exterioriza en las muestras de interés por la organización a la que se aspira pertenecer. Alguien curioso será capaz de mirar más allá de sus metas profesionales inmediatas y, por lo tanto, tiene más probabilidades de aprender rápidamente cómo se trabaja en la empresa.

Además, detectará antes posibles problemas que han pasado inadvertidos al resto. Sin embargo, conviene no dejar que esta curiosidad se transforme en intromisión en el trabajo de otros.

3. Amabilidad

En el contexto profesional es muy fácil que las distintas responsabilidades y división del trabajo lleven a fallos de comunicación, desgaste profesional o se generen climas de tensión. Un trato amable hacia todas las personas no sólo es valorado por los motivos obvios que van más allá del ámbito profesional, sino que sirve para mantener un clima de organización adecuado en el que el hecho de tener que interactuar con mucha gente no es percibido como una fuente de conflictos.

Además, debe ofrecerse el mismo trato correcto a todos los miembros de la organización, tanto por motivos éticos como para no crear grupos herméticos.

4. Proactividad

Una actitud proactiva puede ser reconocido incluso en personas que hablan un idioma desconocidos para nosotros. Alguien proactivo entiende que la entrevista de trabajo es un espacio de diálogo, y no una conferencia personalizada en la que cada persona emite mensajes de manera unilateral.

Más allá del ámbito comunicativo, la proactividad se plasma en la facilidad para proponer soluciones y aportar cosas que no se esperan de nosotros.

5. Espíritu práctico

Excepto en cargos muy específicos, la mayoría de organizaciones tienden a valorar más el espíritu práctico que la teorización de problemas y soluciones. Eso significa que el aspirante debe demostrar ser una persona realista, con los pies en el suelo, que no se deja distraer constantemente por planteamientos en abstracto.

En la entrevista de trabajo, esto significa que se interesará más por los ámbitos de intervención material de la organización que por su filosofía (ya que esta última puede ser accedida a través de lo primero).

6. Actitud receptiva

Los candidatos deben mostrar actitud proactiva, pero también tienen que saber cuándo escuchar. Esto significa, evidentemente, que no debe interrumpirse a las personas cuando hablan, pero también tiene que quedar patente a la hora de reconocer a las distintas autoridades y reconocerles la autoridad cuando hablan acerca de su ámbito profesional.

7. Orientación hacia los resultados

La persona aspirante debe mostrar interés por saber cuáles son los fines últimos de la organización, y hacer que su actividad quede enfocada hacia estos fines y no hacia otros. En la entrevista de trabajo, esto implica hablar de las experiencias profesionales previas poniendo énfasis en la importancia de las metas determinadas objetivamente, y no en abstracto.

Por qué es útil prestar atención a las actitudes más valoradas en una entrevista?

Psicólogo: Arturo Torres

Las consecuencias psicológicas en niños y niñas víctimas de las guerras

guerra

Las personas que huyen de conflictos armados son cientos de miles en todo el mundo, miles de ellas son niños y niñas. Las refugiadas son personas sometidas a violencias crueles: bombardeos, asedios, huída de sus casas y de su normalidad. Las consecuencias físicas son visibles, las psicológicas inestimables.

Durante los conflictos armados, la salud mental tanto individual como colectiva, tiene alto riesgo de verse afectada no sólo de forma inmediata sino también a medio y largo plazo, situación que se agrava por la poca atención que viene dándose a nivel psicológico desde el ámbito público de forma generalizada, cuanto más, en el caso de los menores.

Dentro de las diferentes formas de maltrato, debemos recordar que existe el maltrato colectivo, social o político, como recoge la OMS en su Informe mundial sobre violencia y salud. El vivir en un conflicto armado, donde además se experimentan dificultades económicas y sociales, se considera que afecta de forma negativa en el desarrollo de la persona en todas sus esferas, y por lo tanto, con más virulencia en la infancia.

En el mismo estudio de Naciones Unidas se define la violencia contra los niños y niñas como “el uso deliberado de la fuerza o poder, real o en forma de amenaza que tenga o pueda tener como resultado lesiones, daño psicológico, un desarrollo deficiente, privaciones o incluso la muerte”.

Daño psicológico en Palestina, Siria, Irak

Así, la ocupación israelí en territorio palestino, como la guerra en Siria e Irak, ha traído consecuencias psicológicas irreparables en los niños y niñas, que ya desde su primera infancia sufren presiones emocionales y tensiones psíquicas que aumentan cada día.
El documental “Nacido en Gaza” de Hernán Zin, rodado durante el ataque israelí contra la franja de Gaza entre julio y noviembre de 2014, muestra los testimonios de diez niños que cuentan cómo es su vida diaria entre las bombas y cómo luchan para superar el horror de la guerra y darle un toque de normalidad a sus vidas. Ellos son los portavoces de los 507 niños muertos y los más de 3.000 heridos que dejó la ofensiva israelí y su supuesto “Margen defensivo” y podemos objetivar claramente el impacto de la violencia y la sintomatología postraumática que presentan.
Un  estudio realizado por especialistas del Centro de Atención a Víctimas de la Tortura con niños y niñas sirias refugiadas en Jordania reveló un “persistente temor, ira, falta de interés en actividades, desesperanza y problemas con el funcionamiento básico. De las casi 8.000 personas que participaron en la evaluación, el 15.1% reportó sentirse muy asustado y el 28.4% manifestó sentirse tan enojado que nada podía calmarlo; el 26.3% se sentía “tan desesperado que no quería continuar viviendo”; y el 18.8% se sentía “incapaz de llevar a cabo actividades esenciales de la vida diaria debido a sentimientos de temor, enojo, fatiga, desinterés, desesperanza o malestar».
Los y las menores que huyen de la guerra han sido sometidos a violencia sexual, a terror, han sido bombardeados y apuntados por francotiradores, han visto sus hogares destruidos, su escuela y su entorno en general. Es de esperar que exista un terror y un sentimiento de persecución y desamparo que se puede ver extremadamente agravado cuando no encuentran asilo para poder comenzar a recuperarse.

Trastornos de sueño, pánico, dolor, agresividad

Punamaki y Suleiman (1990) sugieren que la exposición al infortunio político incrementaba los síntomas psicológicos en los niños palestinos. De manera similar, un año después del comienzo de la Intifada, Baker (1990) encontró que los miedos y depresión incrementaban de 15 a 25%. Khamis (1992) ha encontrado un porcentaje alto de enuresis y tartamudez en niños de escuela básica.
Se puede destacar que, generalmente el trauma experimentado por los niños palestinos es evidente en su vocabulario, sus valores y su selección de juegos y juguetes, la composición de dibujos y otros trabajos de arte. Un tema común en sus dibujos es el conflicto entre palestinos e israelíes, especialmente los soldados israelíes y asentamientos.
El miedo expresado en el juego corriente y en el arte es mezclado con miedos pasados (Punamaki, 1987). De hecho, algunos estudios sugieren que la exposición repetida al sonido de disparos y bombas es la causa principal de los problemas psicológicos de tres cuartas partes de los menores afectados. En consecuencia, gran parte de estos niños padecen trastornos del sueño, ataques de pánico, dolores de cabeza o estómago, ansiedad y cambios en su personalidad que apuntan hacia una conducta cada vez más agresiva.
Según el reporte de UNICEF (2006) los menores palestinos están expuestos “a una tensión psicológica que aumenta cada día”, lo que ha provocado un cambio “radical” de sus vidas y sus comportamientos desde el inicio de la segunda Intifada. Se han visto confinados junto a sus familias en sus hogares bajo el toque de queda, sin agua, electricidad y hasta sin alimentos.
El niño  palestino nace con una situación impuesta de agresión hacia él y su pueblo, o sea, en un clima de constante inseguridad, anormalidad y violencia. Debido a su constante exposición a la violencia de la ocupación, los menores sufren importantes alteraciones psicológicas. Tienen una percepción de sí mismos y de su entorno tres veces más negativa que aquéllos que no han sufrido las consecuencias de la violencia.
El trastorno psicológico interno generado por un trauma, como la agresión, provoca una desestructuración del yo. Esto mismo podría decirse de niños y niñas expuestas a violencia por conflicto armado prolongado en otras partes del mundo como Siria o Sudan.
Nosotras como psicólogas especializadas en el trabajo con menores victimas de violencias machistas, mantenemos un compromiso con los y las menores víctimas de todas las violencias que nos hace percibir todas las similitudes que el impacto de crecer en un entorno violento provoca en los niños y niñas con aquellos que crecen en zonas de guerra o entornos de extrema violencia.

La tensión interna y la rabia que provoca el ser testigo y víctima directa de esa violencia que arremete contra su núcleo familiar se puede exteriorizar de diferentes maneras. En este sentido encontramos nuevamente paralelismos con los y las menores víctimas de violencia de género.
La violencia se perpetúa y se convierte en una espiral difícil de romper. No podemos olvidar que las familias palestinas, como los civiles sirios o iraquíes están soportando la violencia desproporcionada e injustificada que supone la ocupación de sus territorios por tropas extranjeras, el desarrollo de intensivos conflictos entre grupos extremistas y grupos militares y el desplazamiento masivo de la población.
El estado emocional de estos padres y madres viene marcado por la socialización de la violencia, puesto que ambos crecieron también bajo el hostigamiento y la dominación, o bien porque han sufrido las mismas violencias. Por tanto, a la hora de proteger y ayudar a sus hijos e hijas a integrar y entender todo lo que está sucediendo, este apoyo estará muy marcado por la rabia, el miedo y la frustración que ellos y ellas mismas están sintiendo.

¿Cómo podemos entonces poner fin a esta espiral de violencia? Si no cuidamos de la infancia, no cuidamos de la vida.

Autoras: Maria Bilbao, Mamen Corral, Itziar Fdez-Cortes, Isabel Quiñones y Virginia Yague, psicólogas
Artículo publicado en eldiario.es

¿QUE HA PASADO, MAMA, PAPA?

El año empezó de forma trágica y dolorosa, con más de una decena de muertos en un atentado yihadista contra la revista Charlie Hebdo,en París. Y si el episodio es difícil de digerir para los adultos, imaginemos lo que ocurre con los críos, que por muy lejos que los mantengamos de la barbarie, siempre escuchan conversaciones, ven fragmentos de informativos y lanzan curiosas preguntas. «¿Qué ha pasado, mamá, papá?».

Ante todo, resulta primordial disfrutar en casa de un clima de confianza que invite a los niños a cuestionar sobre cualquier asunto que les preocupe, sabiendo que van a obtener de nosotros una respuesta creíble y sólida. Así lo aconseja la Asociación Americana de Psiquiatría: si el infante necesita interrogar sobre cualquier asunto, esa atmósfera de franqueza le ayudará a hacerlo con naturalidad, y así no se quedará dándole vueltas al tema en soledad. Si su hijo ha visto imágenes truculentas (como los recientes tiroteos en Francia de los que muchos fuimos testigo), no ceda a la tentación de dejar el agua correr, bien por comodidad, bien porque interprete el probable silencio del pequeño como una prueba de que no ha entendido nada. Esto último es posible, pero ¿y si no ha sido así? Si le han causado el mismo impacto que a usted (como poco), pasarlo por alto sería un error. Por ello, los especialistas recomiendan dar el primer paso: aportar una explicación, nos la pida nuestro hijo o no. “Es mejor no ocultar. En el colegio ya se está comentando la escena. Pero eso debemos adelantarnos y dar explicaciones a nuestros vástagos”, señala la psicóloga clínica Victoria Noguerol, especializada en problemas de la infancia.

Así, con los atentados, ocurre como con cualquier problema de violencia, y nuestro mensaje debe cumplir dos funciones: erradicar el miedo y ser veraz. Decir que esas imágenes son de una película no vale. Tampoco contar un cuento. “La idea que hay que transmitir es que la mayoría de los eventos que existen en nuestra vida cotidiana no son traumáticos, la mayoría de las personas de las que nos rodeamos son normales y saludables, pero hay un porcentaje mínimo de individuos y circunstancias que se salen de esa normalidad y causan unos niveles de sufrimiento altísimos. Explicar que es un hecho puntual, que es la primera vez que sucede, ayuda. También dar una información que el niño pueda procesar”, dice la experta. Contarles la verdad les ayudará a estructurar la realidad y fortalecer su personalidad, y limitará su tendencia a agrandar y personalizar los problemas. «De lo contrario, su cerebro empieza a elucubrar y eso da lugar a distorsiones cognitivas”, añade.

La idea que hay que transmitir es que la mayoría de las personas que nos rodean son normales, pero hay un porcentaje mínimo que causan unos niveles de sufrimiento altísimos» (Victoria Noguerol, psicóloga)

La psicóloga pone como ejemplo los atentados de las Torres Gemelas, de 2001. “Todos los niños vieron esas imágenes. Pero los que tuvieron la suerte de tener a unos adultos al lado que les daban una explicación de lo sucedido podían procesar la experiencia de una forma más razonable y controlada que los que no recibieron ninguna aclaración”, apunta.

Está bien, además, compartir emociones con nuestros hijos. Si las noticias de un atentado nos han puesto tristes o nos han sobrecogido, podemos comunicárselo a la prole, según cuenta Victoria Noguerol. “Porque eso les da seguridad. Así ven que no son los únicos en sentirse mal: ‘mi papá, que está viendo la tele, también se ha sentido triste con el episodio’. Pero, siempre, añadiendo una respuesta de calma”.

Evidentemente, hay que utilizar un lenguaje acorde con su edad. No es lo mismo contarle un atentado a un niño de 12 años que a otro de cuatro (en los más pequeños, según los expertos, el impacto de estas escenas puede ser mayor). Tampoco hay que recrearse en las explicaciones: “En el momento en que los niños reciben la mínima información que les tranquilice, que satisface su curiosidad, dejan de demandar más. Ya es suficiente”, añade Noguerol.

Errores que provocan estrés

¿Y qué ocurre si lo comunicamos mal o no lo hacemos? “Se puede generar sintomatología de estrés postraumático. El miedo tiene la capacidad de desembocar en trastornos del sueño, pesadillas, pensamientos recurrentes, flashbacks y trastornos de ansiedad en general”, responde. Esté atento a dolores de cabeza y estómago, posibles síntomas de un cuadro de ansiedad. Para evitarlos, ayude al pequeño al desahogo. “Una respuesta frecuente y desafortunada de los adultos es: ‘Ya pasó’. No es lo que el niño necesita”, afirma Nogales. “Lo que precisa es descargar el impacto, hablando de ello, y si tiene al lado a unos adultos que le están dando una información ajustada, realista y no impactante, mejor aún”.

Un estudio de neuropsiquiatría realizado entre niños de 94 escuelas públicas de Nueva York en 2002, un año después de los atentados del 11-S, reveló que el 26% mostraba al menos un problema de salud mental. Un 15% se quejó de agorafobia, el 12,3% padecía angustia cuando se separaba de sus padres, el 10,5% reunió los criterios del TEPT (trastorno por estrés postraumático), el 9,3% experimentó ataques de pánico y el 8,4% mostró síntomas de depresión mayor. Otra investigación de la Academia de Medicina de Nueva York, en 2003, subrayó que el 18% de los niños de Nueva York tenía estrés postraumático grave o muy grave después del 11 de septiembre. Entre las causas, se incluían haber visto imágenes explícitas de los atentados o el llanto desconsolado de sus padres.

Por último, es crucial evitar que los niños se formen una idea equivocada respecto a “buenos” y “malos”, identificando a unos y a otros con diferentes etnias, rasgos físicos o creencias. Hay que recalcar que los “malos” son una minoría, pero también que esa minoría no tiene nada que ver con una etnia o religión. Recuerde: confianza en el hogar, veracidad en la información, brevedad, sentimientos sinceros pero calmos y el matiz de la excepcionalidad y la justicia. Sus hijos lo agradecerán.

Artículo recogido del diario El país

Amigos y felicidad: cantidad a los 20, calidad a los 30

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No sabemos demasiadas cosas acerca de lo que es la felicidad, pero lo que sí parece ser seguro es que está muy relacionada con los lazos afectivos que tenemos con otras personas. Salvo en la mente de algunos pocos filósofos, la felicidad se encuentra básicamente en la vida en común con los demás, en la imagen sobre nosotros mismos que nos reflejan otras personas y en los proyectos personales que sólo existen porque vivimos todos en sociedad.

Ahora bien… ¿cómo podemos modular nuestra vida social para acercarnos más la felicidad? Según un estudio publicado en la revista Psychology and Aging, una de las claves para ser felices al llegar a la madurez está en haber tenido muchos amigos a los 20 años y buenos amigos a los 30.

Una investigación que ha durado tres décadas
Esta investigación ha durado 30 años y fue iniciada en la década de los 70, cuando se le pidió a 222 personas jóvenes que anotaran en un diario todas las interacciones (y ciertas características de estas, como el grado de intimidad y su apreciación subjetiva de lo gratificante de estas) que mantenían con otras personas a lo largo de dos semanas. Diez años más tarde, estos mismos participantes volvían a rellenar el mismo tipo de diario, para así tener dos categorías de datos que comparar entre sí.

Los investigadores querían comprobar en qué medida las redes sociales tejidas durante los inicios de la edad adulta influían en la calidad y la solidez de las relaciones sociales que se llegan a tener al llegar a la madurez. Partían del supuesto que durante la juventud tardía se enfoca la vida social de la adultez consolidada, algo que influye directamente en la felicidad de cada uno.

Es por eso que, cuando estas personas llegaron a rondar los 50 años, el equipo de investigación volvió a contactar a 133 de ellos para que contestasen una serie de cuestiones relacionadas con sus relaciones sociales, los roles que desempeñaban, la cantidad de interacciones por las que solían pasar. También contestaron ítems relacionados con su percepción de la propia calidad de vida y bienestar psicológico.

Ir de flor en flor a los 20, centrarse a los 30

Después de un análisis estadístico de los datos, el equipo de investigación comprobó que la cantidad de interacciones sociales a los 20, y no la calidad de estas, iba asociada a un mayor bienestar al llegar a los 50 años. Las personas que en su veintena tenían una vida social muy activa y ajetreada tendían a llegar a los 50 sintiéndose menos solas, menos deprimidas, con mayor sensación de autonomía y, en general, obteniendo puntuaciones positivas en ítems relacionados con calidad de vida.

A los 30 años, sin embargo, una gran cantidad de relaciones sociales no servía para predecir mejor calidad de vida décadas después.

¿Por qué ocurre esto?
Existe la posibilidad de que esto se deba a que lo que se espera de la vida social y la amistad cambia a medida que uno crece.

La juventud temprana es una época en la que se tiende a querer experimentar muchas cosas, vivir muchas emociones y, por consiguiente, a tener interacciones sociales más numerosas y variadas. Esto es algo que hace posible el aprendizaje durante una edad en la que es muy importante saber cómo funcionan las cosas y en el que aún no se han establecido del todo proyectos vitales de importancia.

A los treinta años, sin embargo, esta necesidad de variedad ya ha ido desapareciendo y se valora más aquel tipo de interacciones que encajan mejor con unos gustos y preferencias más afianzados. Se empieza a ser más exigente y selectivo, y esto se traduce también en la vida social, ya que entrar en contacto con mucha gente de todo tipo podría pasar a ser una forma de «distracción».

Del «todo vale» al «no tengo tiempo»

La conclusión extraída por estos investigadores puede ser ilustrarse como una amplitud de miras hacia la vida social que se va estrechando con el paso de los años para, finalmente, quedar focalizada en ese tipo de interacciones que hemos aprendido que son beneficiosas y que nos aportan bienestar en mayor grado que el resto.

Sin embargo, esta no es la única explicación posible, ya que también podría ser que el modelo de vida occidental premia a aquellas personas que a los 20 años tienen más tiempo libre que a los 30, aunque esta es una hipótesis que tendría que ser puesta a prueba en otra investigación.

En cualquier caso, este estudio sirve para confirmar que a lo largo de nuestra vida cambiamos a muchos niveles, tanto individual como socialmente, y que esto tiene consecuencias en nuestro bienestar psicológico. Investigaciones en este sentido pueden servir para que estemos más informados acerca de qué estrategias de vida nos pueden acercar más a la felicidad al llegar a la plena edad adulta… si es que por ese entonces ya hemos aprendido en qué consiste ser feliz.

Arturo Torres, Psicólogo