A lo largo de nuestra vida hay situaciones de estrés por las que pasamos, lo normal en esos momentos es que se active el sistema simpático, el corazón acelera sus latidos, los músculos se tensan, la respiración se altera.
Estos síntomas son los más perceptibles, sin embargo, nuestra interpretación de las situaciones, nos puede llevar a ponernos aún más nerviosos, ya que lo vivimos como una amenaza, y es en ese momento donde se pone en funcionamiento nuestro sistema simpático, lo activamos cuando no dejamos de darle vueltas a las cosas (“ por que las cosas no me salen como me gustaría”, “por que no habrá llegado a casa, seguro que algo le ha sucedido”, «seguro que el contrato de trabajo no me lo renuevan” etc.
Es decir, cuando son situaciones que no son peligrosas para la supervivencia y sin embargo reaccionamos ante ellas como si en realidad así fuera, ya que estamos dando más importancia a los hechos de lo que en realidad tienen, por que anticipamos, asociamos, generalizamos, y ¿qué conseguimos con ello?
SUFRIR Y AMARGARNOS INNECESARIAMENTE
Qué duda cabe que una persona que está en paro, que tiene dificultades para llegar a fin de mes, que además tiene hijos que cuidar, que tiene familiares enfermos y que tiene pocas oportunidades para disfrutar y por lo tanto poder reponer energías, tiene una gran probabilidad
De tener su sistema simpático crónicamente activado y padecer desajustes emocionales. Cuanto menos control tenemos de los problemas que nos afecta mayor probabilidad de padecer más estrés. Aquí es cuando entra en juego la diferencia entre los seres humanos, por que las personas no respondemos de la misma forma ante las mismas situaciones. Los seres humanos aprendemos a pensar y a responder de manera diferente.
Sin embargo se puede llegar a aprender a pensar de otra forma cuando nuestro modo de pensar además de no resolver las situaciones que nos preocupan, agravan nuestro equilibrio físico y psicológico.
Del mismo modo que hemos aprendido a ver la vida de una forma, podemos desaprender y aprender a verla de otra forma.
¿Te has preguntado alguna vez si no sería más interesante OCUPARTE por hacer algo, si se puede hacer, que pasarte el día PREOCUPÁNDOTE?
Piénsalo y valora las consecuencias.
Águeda Sobrino Rueda.
Especialista en Psicología Clínica